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lunes, 3 de junio de 2019

Allende la Mar Cuayada (IX) Solo hay dos clases de hombres: los rápidos o los muertos.

Lo que sigue, es un conjunto de reglas para esos duelos de las películas del oeste que has visto cientos de veces. Ya sabes, la de dos hombres mirándose, la cámara enfocando entre las piernas de uno, Sergio Leone metiéndote un flashback de diez minutos contándote la vida de alguien, los pistoleros desenfundando y uno cayéndose a un lado sin quejarse.



Aviso, para estas reglas es necesaria una baraja, pero una baraja de paisano; con sus espadas, sus bastos, oros y copas; una baraja de las que usaba tu padre, sin comodines ni ochos, ni nueves, ni dieces, ni hostias. Una baraja de tíos que caminan recto y te sostienen la mirada.


DUELOS

Es de sentido común. Si la dejas, una herida puede llegar a infectarse y pudrirte la sangre, de tal forma que te arrastrará con ella. Limpiala y terminará cicatrizando, dejando tan solo el recuerdo de una historia pasada. Es por ello, que cuando el odio se torna en un velo rojo que todo lo cubre, cuando solo queda invocar bastos, es de paisanos de bien resolver las disputas. Un agravio no correspondido es como la sidra embotellada apresuradamente, déjala fermentar y terminará reventando el corcho.

Y algunos agravios solo se pueden arreglar en un prao solitario, con un hierro al cinto y plomo en el corazón de tu enemigo. Es el momento en los hombres se miden y solo caben dos tipos: los que se miden a lo alto (los vivos) y los que se miden a lo largo (los muertos).


1. Mano al cinto.
En este juego solo gana uno, y es la que empuña la escoba. Al final siempre queda la muerte, la cual se encarga de pasar el piornu, llevándose consigo recuerdos y hechos que otrora parecían importantes.

El mundo parece contener el aliento mientras los pistoleros se separan unos pasos de distancia, se lanzan un cruce de miradas flexionando los dedos anticipándose al gatillo y poco a poco las manos comienzan a acercarse a la cadera.

El Relator repartirá a cada pistolero cuatro cartas boca abajo de la baraja, seguidamente situará otras cuatro cartas descubiertas encima de la mesa.

Despues ambos contendientes situarán en cada lado de la fila central una de las cartas que tienen en la mano, cuyo valor marcará su iniciativa. El que tenga el valor más alto es el primero en echar mano al hierro de su cintura.

Empezando por el que ha ganado la iniciativa, ambos pistoleros irán jugando una carta de su mano hasta quedarse sin ninguna. El objetivo de cada duelista es sumar 15 puntos justos entre dicha carta y una o varias de las que se hallaran descubiertas sobre el tapete, si hace esto recogerá las cartas utilizadas en un pequeño montón boca abajo que mantendrá junto a su mano predilecta. Las figuras correspondientes a bastos serán señaladas dejándolas ladeadas y descubiertas en el montón.

El valor de las cartas es el siguiente: del as al siete mantienen el mismo valor; mientras que la sota, la reina y el rey tienen un valor de ocho, nueve y diez respectivamente.

Si uno de los pistoleros no puede sumar quince, depositará su carta junto a la fila central y pasará el turno a su oponente.

2. Alza el hierro.
La suerte está echada, los pistoleros desenfundarán y se encañonarán. Es el momento de la verdad en el que se decide todo.

Cada contendiente tomará su pila de cartas y las separará en dos montones. Uno representará su rapidez y el otro su precisión. Seguidamente efectuarán una tirada de Disparar.

Por cada carta en el montón correspondiente a la rapidez, se sumará un +2 a la tirada de Disparar. Los bastos descubiertos como +4. El que gane la tirada es el primero en disparar y tendrá derecho a hacer el daño de su arma al oponente. Cada carta en la pila de precisión sumará +2 al daño, contando tambien los Bastos como +4.

Si el oponente sobrevive y ha acertado, tendrá derecho a realizar su daño. Si despues de esto ambos siguen en pié, se celebrará un combate normal.

Como ya he dicho, al final la que empuña la escoba siempre es la muerte. Y ya sea tarde o pronto, la huesuda siempre da dos escobazos, pues cuando el humo se disipe, al que quede en pie le espera lidiar con la justicia del hombre, la de Dios o con la familia del que yace en el suelo.




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